En
las vacaciones creemos recuperar un tesoro que perdimos en la infancia, la
posibilidad de disponer del tiempo como queramos, que es como vivir en un mundo
a nuestra medida. Luego llega septiembre y, como el poeta, uno se dice que
nunca ha sido tuya esa infancia, olvidada en la rutina. Pero debe de estar
allí, en lo más profundo, esperando una nueva oportunidad. Nos lo ha recordado
esta semana la expedición que ha rescatado los cañones de la fragata Nuestra
Señora de las Mercedes, hundida en un punto no precisado al sur del Cabo Santa
María, cerca del Estrecho, después de la batalla que fue precedente de la
Batalla de Trafalgar. Este pecio fue expoliado por la compañía Odyssey Marine
Exploration, y sólo después de un largo proceso judicial el tesoro de 595.00
monedas de oro y plata fue devuelto a España. Sin embargo, hoy día las aguas
del Estrecho siguen infectadas de piratas. Han sustituido los cañones por el
sónar y los mosquetes y las espadas por bufetes de abogados. Navegan bajo el
pabellón de paraísos fiscales como Togo o de empresas como la citada, y siguen
contado con el apoyo inestimable de la Royal Navy, que desde Gibraltar
radiografía el fondo marino español para apropiarse de las toneladas de metales
y piedras preciosas procedentes de la América colonial. Se calcula que hay unos
setecientos pecios hundidos en nuestras costas. Si España fuese capaz de recuperar
los cargamentos de todos esos barcos hundidos, acabaría para siempre con su
deuda pública, y lo mismo le sobraba para crear un nuevo sistema de
financiación que contentara a todas las Comunidades Autónomas, incluida
Cataluña. Y resulta esperanzador ver a las instituciones hacer algo útil, en
este caso el Ministerio de Cultura y Deporte, que ha comandado la expedición
junto al CSIC, el Instituto Español de Oceanografía y la Armada Española. Una
buena manera de recuperar cierto orgullo patrio y comenzar el mes de
septiembre, si no tatareando el himno español, al menos volviendo a cantar una
canción de piratas: Delante, el horizonte brumoso sobre el mar, como la
realidad emergiendo entre las brumas del sueño. Junto a nosotros sólo está el
tiempo, estimulando nuestro cansancio, atento los vaivenes del timón. Unas
veces toma la forma de un niño, que nos susurra cosas; otras la de un viejo que
nos mira y sonríe irónicamente, con su rostro ajado de derrotas. Entonces
también nos reímos un rato de nosotros mismos y ansiamos un puerto donde poder echar
un trago de ron.
IDEAL (La
Cerradura), 3/09/2017
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