El
partido más nuevo de la política española ha escenificado esta semana el
problema más viejo: entender la democracia como un juego de sillones. Si no era
suficientemente lamentable ver cómo el exdirector de la Guardia Civil, Arsenio
Fernández de Mesa, se convierte ahora en vocal del Consejo de Administración de
Red Eléctrica de España, también hemos visto a Pablo Iglesias e Íñigo Errejón
discutiendo “como españoles” en el Congreso. “¡Al diablo con tus principios y
obedece a tu partido!” me imagino que exclamó el primero. Y es que debe de ser
otra costumbre española –que no holandesa- que los altos cargos de la
Administración pública ocupen luego sillones en la dirección de grandes
compañías e instituciones financieras y viceversa; o que ni siquiera ocupen
esos sillones altos cargos de ninguna clase, sino políticos cuyo mayor mérito
es saber arrimarse al sol que más calienta. Los ciudadanos que habían puesto
sus esperanzas en “la nueva política” no salen de su asombro. Pero es que, como
escribe Andrés Neuman en “Caso de duda” (Cuadernos del Vigía, 2016), “las
convicciones firmes son la base del autoengaño”, y así es como las ideologías
suelen diluirse en los egos personales. ¿Se trataba en realidad de una política
muy vieja? Todo depende del precio que tengan los sillones o del miedo que
tengan a perderlo quienes en ellos se sientan. Y, como no hay mal que por bien
no venga, el miedo escénico de Susana Díaz a las protestas y al kamikaze Pedro
Sánchez ha provocado que los granadinos asistan a la derogación de la orden
sobre la fusión hospitalaria y a las dimisiones del viceconsejero de Salud,
Martín Blanco, y del gerente del SAS, José Manuel Aranda. Es decir, que en
Granada nos hemos librado de los recortes en la sanidad por una veleidad
política, que ha sido la que le ha dado el empujón definitivo a la marea
ciudadana. Porque para estar en un partido es necesario cambiar frecuentemente
de opiniones, mientras que los ciudadanos deben seguir esforzándose en mantener
las suyas. Y ahora deberíamos empeñarnos en que a Granada llegue por fin el AVE,
que según asegura el ministro de Fomento, Íñigo de la Serna –lo han dicho ya
tres o cuatro ministros de distintos partidos y con la misma convicción: “Esta
obra es una prioridad”-, será en 2018. ¿Se tratará asimismo de una convicción
política? Porque entonces tendremos que esperarlo sentados, y no será
precisamente en un tren. La mentira viaja siempre mucho más rápidamente que la
verdad. ¡A levantarse!
IDEAL (La
Cerradura), 5/02/2017
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