domingo, 4 de diciembre de 2016

Emocionales

Nuestro nivel emocional debe estar rozando el colapso, a juzgar por cómo los medios de comunicación presentan sus noticias. Hace ya muchos años que Lipovetsky denunció los efectos del shock y la puesta en escena emocional de los contenidos informativos como una práctica opuesta al ejercicio ético del derecho a la información, pero hasta él se hubiera sorprendido esta semana al ver las ediciones digitales de los periódicos o los informativos de televisión. Porque buena parte de ellos abrían con la noticia del accidente del avión de la compañía boliviana LaMia que transportaba al equipo de fútbol brasileño Chapecoense, en el que perdieron la vida 71 personas, pero lo curioso es que todos ofrecían el vídeo de los últimos minutos de vida de los jugadores antes de la catástrofe. Y luego lo repetían una y otra vez a medida que completaban la información, como si no nos hubiéramos dado cuenta ya la primera de que se trataba de un recurso sensacionalista y lamentable. Como hubiera dicho Kapucinski, “el mundo de los negocios ha descubierto que la verdad no es importante, y que ni siquiera la lucha política es importante: que lo que cuenta, en la información, es el espectáculo”. Y tal vez no se esté hablando lo suficiente del papel de los medios de comunicación en la sociedad de hoy, del abandono generalizado de la información de calidad, desligada de la cultura, de la ausencia de espacios de reflexión y opinión no sensacionalista y de la confusión existente entre inmediatez y pobreza informativa. Pero cuando la información es un producto como cualquier otro se trata a los ciudadanos como consumidores, y no como ciudadanos responsables, por lo que puede que también tenga que ver este empobrecimiento de la oferta informativa con la actualidad política, con el voto masivo a personajes como Trump en USA, Marine Lepen en Francia, Nigel Farage en Gran Bretaña y en España a otros de cuyo nombre no voy a acordarme. En las constituciones europeas el derecho a la información y la libertad de expresión están configurados como la base para que exista una opinión pública libre y, por tanto, la propia democracia, con una población implicada en los procesos democráticos. Pero ¿cuáles son los niveles de abstención en nuestras elecciones? ¿Y a quiénes votarán los que votan, si buena parte de los medios no informan, sino que vomitan? Y qué decir de nuestros jóvenes políticos. El Congreso y los medios tienen algo en común: se han convertido en supermercados del entretenimiento y la banalidad.

IDEAL (La Cerradura), 4/12/2016

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