lunes, 26 de septiembre de 2016

Lo concreto

El nivel cultural y político de una sociedad se mide por los detalles: ese conductor de la Rober que se salta los semáforos en rojo, el del coche que no respeta los pasos de peatones, la mujer que permite que su perro orine en mitad de la acera y que les ladre a los transeúntes, o esos políticos que llevan décadas clamando ¡Granada, Granada, Granada!, pero que consienten que la ciudad esté incomunicada. Si alguien les dijera al conductor de la Rober y al del coche que son unos irresponsables, a la señora que eduque a su perro y al político de turno que es un estafador, tal vez esto no ocurriría. La gente se dice “¿para qué?”, y sigue su camino sin más. Pero puede ocurrir que el autobús atropelle a un ciclista y el coche a un peatón, que a un anciano que paseaba tranquilamente por la calle los ladridos del perro le provoquen un infarto, que alguien que pensaba viajar a Granada en tren no pueda hacerlo y por coger el coche tenga un accidente de tráfico. ¿Alguno se salva? Estando el contenido de este artículo dentro del terreno de lo posible, podríamos decir que sí, pero como soy yo quien lo escribe digo que no, y que tenemos al menos cuatro homicidios imprudentes. Porque estas cosas suceden habitualmente, y si uno se aísla del ruido mediático y se fija en lo concreto encuentra muchos datos para preocuparse. ¿Lo son 220 días sin gobierno? Sin ninguna duda. Como también los 535 que lleva Granada sin comunicación ferroviaria o el millón ciento sesenta y un mil parados que hay en Andalucía. Días en los que puede pasar cualquier cosa, personas a las que les puede suceder cualquier cosa. Pero los seres humanos solemos ser grandilocuentes y difusos. Así, para hablar de los problemas políticos de Granada nos seguimos remontando a las luchas entre los Zegríes y los Abencerrajes, para solucionar los problemas de comunicación promovemos alianzas de ciudades que parecen alianzas de civilizaciones, para disminuir el número de parados inventamos contratos basura y para gobernar este país celebramos una, dos o tres elecciones, esperando entremedias a que se celebren otras tantas elecciones autonómicas, pues se ve que si no conocemos previamente el panorama político territorial no podemos tomar decisiones. Y lo peor es que no se trata de un chiste, ni de una ilustración del día de la marmota o de la teoría del eterno retorno. Pero oiga, ¿no podría ser usted más concreto? Claro: “¡Vallahmo a poshas!”

IDEAL (La Cerradura), 26/09/2016

domingo, 18 de septiembre de 2016

En blanco

Las relaciones de poder crean dependencias en todos los ámbitos, y en los medios de comunicación suele decirse lo que la gente quiere oír y no lo que se piensa, aunque nunca se sepa a ciencia cierta qué es lo que piensa la gente, ni tampoco estemos seguros de que quien opina piense antes de hacerlo. En un país a la deriva como España, se ha convertido en una costumbre el dejarse llevar, algo en lo que el presidente en funciones, Mariano Rajoy, se ha erigido en un símbolo. Y es el colmo de la mediocridad ser la boya que flota sobre la marejada y pensar que ganarás unas terceras elecciones confiando en tus condiciones de flotabilidad –ya se sabe que hay que hinchar los pulmones de aire- mientras todo el mundo se ahoga. Pero hay otra posibilidad: que los ciudadanos nos decidamos a decir basta y votemos en blanco. No que nos abstengamos, sino que reflejemos en nuestro voto la nadería en que ha convertido este país la gente que, con la excusa de trabajar para la democracia, sólo se aprovecha de ella. Fue lo que propuso José Saramago en una novela memorable, “Ensayo sobre la lucidez”, donde retrataba –allá por el 2004- esta democracia muerta. Porque si después de dos convocatorias de elecciones consecutivas, ni los candidatos ni los partidos son capaces de formar un gobierno, es que la democracia está muerta. Que no sirve. Y desde luego no sirven los candidatos, que demuestran su desfachatez con la sola asunción de la posibilidad de la convocatoria de unas terceras elecciones. ¿No tenemos los ciudadanos otra cosa que hacer? ¿Tenemos que despilfarrar tiempo y dinero? Si en vez de trabajar en partidos políticos, los candidatos lo hicieran en cualquier empresa, hace tiempo que habrían sido despedidos. Pero no duele desperdiciar los recursos cuando no son tuyos. Lo curioso es que, en la novela de Saramago, al principio nadie va a votar, que es lo que a la mayoría se le pasa hoy por la cabeza. ¿Nuevas elecciones en el día de Navidad? ¿En el día de Todos los Santos? Pero después, a partir del mediodía, los votantes acuden masivamente. Para depositar un voto en blanco. ¿Que cómo acaba esta historia? Obviamente, no voy a contárselo. Vaya usted a la librería y cómprese la novela, y, de paso, dos o tres más. Aunque también podría usted empezar a escribir su propia novela, votando en blanco. Después sólo hay que escribir una frase. Y poner otra detrás. ¿Nos impedirán, acaso, dejar de imaginar?

IDEAL (La Cerradura), 18/09/2016

domingo, 11 de septiembre de 2016

Derrotas

En Granada se ha instalado un verano perpetuo, aunque hay cosas que no cambian. O quizá cambien de una manera sutil, pues si uno se fija, son muchos más los mendigos que duermen a la intemperie en las calles y plazas de la ciudad. En invierno, ocupan cajeros, callejones, contenedores, lugares protegidos. En verano duermen tumbados en bancos, y a veces, en mitad de una plaza, encima de los cartones y la manta con que se cubren durante el invierno. Los veo por la mañana, muy temprano, y me admira la tranquilidad de su sueño, porque ya lo han perdido todo y saben que las calles no tienen conciencia. Pero me sorprende encontrar chabolas en lugares insospechados, junto a la circunvalación, por ejemplo, en el Camino de las Vacas, entre la Vega y el Barrio de la Juventud, cerca del colegio de los Agustinos y del instituto Ramón y Cajal, en una de las zonas más nuevas de Granada. Pero esta chabola no está habitada por mendigos, sino por una familia trabajadora, pues veo a los hombres recorrer los barrios en triciclos en busca de cobre y cachivaches, y a las mujeres barrer la tierra de la puerta, como si se tratara de un chalé. Sólo que éste tiene el techo y las paredes de hojalata y plásticos, que deben convertir el interior en un infierno durante el día. En verano, la gente huye a la playa o al campo, y los mendigos aprovechan para habitar lugares mejores, como esa mujer de setenta años que ha dormido en la Caleta, y que podía gritar de madrugada “La plaza es mía”, aunque pasara la mayoría de las horas tumbada, hablando sola. O como ese grupo que pasa las noches cerca de la estación de trenes (esos vehículos fantasmales en Granada), y que durante el día se turnan para dirigir el tráfico de la calle Halcón, mientras los demás beben en la sombra. Pero luego hay otra gente que vive en la pobreza de sus casas, y que por la mañana, cuando otros hacen deporte, recorren las huertas de la Vega en busca de comida. Repasan una y otra vez las ramas de los árboles frutales que asoman por las tapias de las casas, ignorando los ladridos de los perros, recolectando peras y manzanas; entran en los huertos con bolsas de plástico y, antes de que la ciudad despierte, vuelven a casa con su botín: algunas patatas, cebollas y tomates. Y hay quien nunca buscará nada, ni pedirá ayuda. La ciudad contiene todas las derrotas.

IDEAL (La Cerradura), 11/09/2016

domingo, 4 de septiembre de 2016

Disciplina

En España, los diputados son seres obtusos que, aun representando la soberanía popular, sólo se guían por la disciplina de partido. Tienen voz y voto en el Congreso, pero la realidad es que ni siquiera ejercen la libertad de expresión, pues no dicen lo que piensan individualmente, sino que siguen las directrices del aparato, esa suerte de demiurgo que, como su nombre indica, hace que sus cuerpos se muevan articuladamente, siguiendo los hilos de la marioneta. Fuera de las Cortes, los diputados a veces se atreven a decir lo que piensan, pero de puertas adentro siguen las directrices del líder, esa especie de dictadorzuelo que ha encontrado su hábitat natural en los partidos políticos, unos organismos anquilosados que se han convertido en verdaderos parásitos de la democracia, con unas bases dirigidas del mismo modo que los diputados electos en los grupos parlamentarios: a golpe de mandato. Los partidos políticos no dejan de ser organizaciones privadas que cumplen una función pública, pero en España se han comportado como sectas que han ido corrompiendo la Administración pública, convirtiendo algunas comunidades autónomas en reinos de taifas enemigas o aliadas del partido del Gobierno central, incapaz de ejecutar políticas que deberían ser comunes para todos los españoles en educación, sanidad o servicios sociales. Lo hemos visto con el PP, el PSOE y los partidos nacionalistas; lo vemos ahora con las nuevas formaciones políticas, con Podemos y Pablo Iglesias como caso paradigmático. Amparados en las diferencias que existen entre lo que exige la soberanía popular y el ejercicio del poder político, los partidos tienen secuestrada a la sociedad española, pues han olvidado su papel de servicio público. Y es pública su principal fuente de financiación, atendiendo precisamente al número de escaños obtenidos en el Parlamento y al número de votos obtenidos en las últimas elecciones. Pero ¿debemos financiar con fondos públicos a estas organizaciones que se dedican a crear conflictos en vez de a solucionarlos? Si en un país ideal, los partidos políticos serían un instrumento fundamental para la participación política y el vehículo para la formación y manifestación de la voluntad popular, en este vodevil llamado España se han convertido en el arquetipo de los defectos del ciudadano español: fatuo, pendenciero, vocinglero, envidioso y derrochador. Según el diccionario, una de las acepciones de disciplina es “observancia de las leyes y ordenamientos de una profesión o instituto”. Aunque también puede ser un “instrumento cuyos extremos son más gruesos y sirve para azotar”. ¿Unas terceras elecciones? La disciplina de partido es el cáncer de la democracia.

IDEAL (La Cerradura), 4/09/2016