sábado, 7 de noviembre de 2015

Pan y cielo

El progreso nos ha traído paisajes que difícilmente pueden explicarse desde el presente. Maravillas de la técnica que hoy nos parecerían atentados contra la naturaleza y que, sin embargo, fundidos ya con el entorno, nos ofrecen espectáculos sobrecogedores. El embarcadero comercial construido por la “Rio Tinto Company Limited” sobre el río Odiel –aunque conocido como el “Muelle del Tinto”- es un ejemplo de ello, pues, al adentrarse en la ría de Huelva, nos permite hacer un viaje en el tiempo y contemplar uno de los atardeceres más bellos que pueden verse en esta provincia. Construido entre 1874 y 1876 para transportar el cobre desde las minas a la ciudad, este puente de 1.165 metros supone uno de los hitos de la actividad de la empresa que transformó un pueblo pesquero en uno de los centros mundiales de la minería. Y es que la historia de la exportación del cobre puede entenderse como una tragedia, pero también como una parábola de la civilización y la lucha por la supervivencia del ser humano en un entorno hostil, casi marciano, como es el de las Minas de Riotinto.
Lo sabe bien Juan Cobos Wilkins, que en la novela “El corazón de la tierra (Plaza y Janés, 2001) convirtió las minas en un territorio mítico, y en cuya obra, desde la narrativa al ensayo o la poesía, siempre ha estado muy presente el paisaje y la historia de Huelva. Curiosamente, en la adaptación de esta novela al cine, realizada por Antonio Cuadri (2007), el “Muelle del Tinto” tiene un macabro protagonismo, pues desde él arrojan al río los cadáveres de los fallecidos en la revuelta de los mineros en 1888 (“el año de los tiros”) contra la “Rio Tinto Company Limited”, y dispersada por soldados del Regimiento de Pavía. Y es a Antonio Cuadri, cuyo abuelo fue alcalde de Trigueros, a quien Juan Cobos Wilkins dedica su última novela, “Pan y cielo” (La isla de Siltolá, 2015), donde a partir de una anécdota tan peculiar como representativa de lo que ha sido y es España –la afiliación de San Antonio Abad a la UGT en 1932 para poder ser sacado en procesión en esa localidad de Huelva-, construye un relato coral e inclasificable, tan divino como humano, de la sociedad en que vivimos.
Porque si San Sebastián y el propio San Antonio Abad se convierten en los narradores de la novela, el mismo Dios es un lector de excepción que asiste a las andanzas de personajes alegóricos y arquetípicos y, sin embargo, vivos, como María España, Cipriano Mandamiento, Palmira, Virginia o el alcalde Juan Colombini, que nos hablan de la sociedad de hoy, pues una de las ventajas de escribir desde el cielo es que en un momento puedes viajar desde 1932 hasta la actualidad y reflexionar con la perspectiva que nos dan los años sobre el sentido de esta –nuestra- historia: “Exacto, Sebastián. Es ahí donde quería llegar. Panes frente a balas. Deseaba que lo descubrieras por ti mismo. Contiene toda una lección de tolerancia, un notable ejemplo de respeto y comprensión. Y si hubiese cundido, acaso no le habría sobrevenido a este país el horror que le aguarda cuatro años después. Lluvia de panes frente al diluvio de balas”.
Y podríamos decir lo mismo de “Pan y cielo”, donde con un gran sentido del humor Cobos Wilkins mezcla el lenguaje culto y el popular para que se expresen unos personajes que son mitad Sancho Panza y mitad Quijote, en un relato que es también poético y surrealista. Y lo hace con una naturalidad pasmosa, porque el trabajo del escritor no se ve. En “Para qué la poesía” (Plaza y Janés, 2012), Juan Cobos Wilkins escribe: “Sobre el mantel azul, mira/ –te digo-/ el azúcar derramada parece la Vía Láctea”. Quizá encontremos en esta novela el pan y el cielo de nuestros días.

El Mundo Andalucía (Viajero del tiempo), 6/11/2015

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