domingo, 22 de noviembre de 2015

Guerra

Desde los atentados de la semana pasada en París la realidad parece haberse suspendido, recordándonos nuestra fragilidad. Pero la realidad es una consecuencia de nuestros actos o de nuestra indolencia, y esta sociedad se ha vuelto acomodaticia, con ciudadanos acostumbrados a que tomen las decisiones por ellos, como sus responsables públicos y los gobiernos europeos, incapaces de responder unánimemente a la llamada de ayuda de Francia, que se ha visto obligada a declarar la guerra al Estado Islámico. ¿No éramos todos Francia? Porque lamentablemente a este terrorismo no se le vence sólo con solidaridad y confianza en los principios democráticos, y el problema de las guerras es que las provocan fanáticos que privan a los demás del derecho a decidir, del derecho a no matar o a vivir pacíficamente, del derecho de decir no a la guerra. No te piden tu opinión para quitarte de en medio. Las discusiones en abstracto se acaban cuando te están apuntando con un arma. Y claro que se combate este terrorismo con bombardeos a las bases en Siria, o mandando tres divisiones si hace falta para evitar que te pongan las bombas en la puerta de tu casa. Y reforzando las medidas de seguridad, y controlando las fronteras. Y no eliminando las humanidades de los planes de estudio, claro, para que los ciudadanos sean tan manejables y moldeables que terminen convirtiéndose no ya en un engranaje más de la cadena de producción, sino en terroristas reclutados por analfabetos que resultan más atractivos por su nihilismo, confundido con religión. Recogemos lo que estamos sembrando, dentro de nuestras sociedades o en Oriente Medio. No vivimos una tercera guerra mundial, como ha dicho el Papa, sino que, desde principios del siglo veinte, no hemos salido de ella. Como mucho, habíamos aprendido a alejarla de nuestras fronteras. ¿De qué huyen los refugiados que ahora entran en Europa? No vas a poder alejar siempre la miseria y el hambre. No va a dejar de tener consecuencias que haya quien se muera de hambre mientras tú te das un festín. De esa inmoralidad básica se alimentan estos fanáticos, pero también los especuladores, los banqueros y los directores de multinacionales e instituciones financieras. Pues esto es lo que hay. Los diputados de la asamblea gala cantando la Marsellesa después de una declaración de guerra. Y miles de ciudadanos emocionados en la puerta de las instituciones esforzándose en cantarla sin saber francés. ¿Cuántos diputados españoles cantarían el himno español en el Congreso? Primero tendríamos que ponernos de acuerdo para ponerle letra.

IDEAL (La Cerradura), 22/11/2015

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