viernes, 6 de marzo de 2015

Federico vive

Mientras se reanuda la búsqueda de los restos de Federico García Lorca, la compañía Teatro para un instante lleva el teatro por los pueblos de la provincia de  Granada, como hacía Federico con la Barraca. Y me parece mucho más interesante la iniciativa de la Diputación que la búsqueda de los restos del poeta, que efectivamente sigue viviendo gracias a los que leen, ven o representan sus obras. Cada cierto tiempo, aparece un nuevo libro sobre los últimos días de Federico y la posible ubicación de su tumba, pero fueron días luminosos los que le llevaron con su compañía por todos los pueblos de España. Si entonces la Barraca representaba El retablo de las maravillas, de Cervantes, o La vida es sueño y El gran teatro del mundo, de Calderón de la Barca, durante el mes de marzo la compañía Teatro para un instante llevará pasacalles, lecturas poéticas, talleres de marionetas y representaciones de las obras de García Lorca a Quéntar, Otívar, Algarinejo, Fornes y Marchal.
Federico vive es también el particular homenaje al poeta de Fuente Vaqueros realizado por Miguel Serrano, pues la obra está compuesta con textos, personajes y canciones que nos hablan de Lorca. Piano, viola, violín, clarinete, violonchelo y percusión acompañan a los actores, que interpretan a los personajes de la Tragicomedia de Don Cristóbal y la señá Rosita, Mariana Pineda, Bodas de sangre o La casa de Bernarda Alba, ese drama de mujeres en los pueblos de España, como lo definió el propio Federico García Lorca. Porque Bernarda Alba, como dice Poncia en la obra, es “tirana de todos los que la rodean. Capaz de sentarse encima de tu corazón y ver cómo te mueres durante un año sin que se le cierre esa sonrisa fría que lleva en su maldita cara”. Sin duda es también un retrato terrible de España. Aunque, como pedía Bernarda, habría que exigir menos gritos y más obras.
Las teorías sobre el paradero de los restos de Federico García Lorca son variadas, pero suelen admitirse cuatro: uno, que sus restos están enterrados, junto con los de otros cientos de fusilados, en el barranco de Víznar, en la carretera entre Alfacar y Víznar, ya llegando hasta este último pueblo; dos, que los restos se encuentran en un paraje cercano a Fuente Grande, donde está el parque que lleva su nombre, en el barranquillo tras el olivo y el monolito que marcan el lugar donde lo asesinaron junto al maestro Dióscoro Galindo González y los banderilleros Francisco Galadí Melgar y Joaquín Arcollas Cabezas; tres, que los militares, por miedo a la repercusión de su muerte, desenterraron sus restos y los echaron en una fosa común en el Caracolar, cien metros más allá en dirección a Víznar; cuatro, que el padre de Federico logró hacerse con el cadáver poco después del fusilamiento, previo pago de cien mil pesetas, y que lo enterró en la Huerta de San Vicente. Y hay una quinta: que al realizar las obras del parque los obreros removieron y tiraron los restos, lo que podría explicar el chasco que se van llevando todos los que realizan las excavaciones.
A veces los escritores nos parecen visionarios, capaces de explicar el mundo en que viven, pero también de anticipar el futuro, incluso su propia muerte. Lo piensa uno leyendo estos versos de García Lorca: “Yo vi dos dolorosas espigas de cera/ que enterraban un paisaje de volcanes/ y vi dos niños locos/ que empujaban llorando las pupilas de un asesino”. Pero Federico vive en las vidas de sus lectores.

El Mundo Andalucía (Viajero del tiempo), 6/03/2015

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