viernes, 3 de enero de 2014

Nuevos y viejos

Cada año asistimos a la misma ceremonia, tomamos las uvas y quemamos nuestro viejo yo para que renazca el nuevo, que, sin embargo, es el mismo tipo de siempre, al que ciertamente le han crecido la nariz y las orejas y va perdiendo pelo, pero que nos mira con la misma cara de gamberro desde que tenía, aproximadamente, cinco años. Con cada año nuevo el cuerpo va arrugándose, ensanchándose, encorvándose, añadiendo todos esos “ándose” que nos suenan a caminata y nos hacen añorar la dorada juventud. Pero aquellos paisajes son en realidad una naturaleza muerta que no resiste el análisis del adulto de hoy, avergonzado de la estupidez con que vino al mundo, aunque siga fascinado por aquella belleza. Lo sabía bien Óscar Wilde, y cuando releo El retrato de Dorian Gray no deja de asombrarme la genialidad con la que el autor irlandés habla de la belleza y los estragos del placer, del cinismo y la inteligencia, de la posibilidad de que nuestra vida sea una llamarada que no consuma la vela de nuestro cuerpo.
 Porque si es nuestro retrato quien envejece, si es nuestro reflejo quien sufre los estragos de nuestros vicios y nuestros crímenes, si toda la responsabilidad de nuestros pecados y nuestra culpa recae en ese otro alter ego que nos acompaña, si es él quien ha sufrido el amor y la consumación del sexo; entonces, es que hemos expulsado a nuestro demonio interior, y es ya ese daimon quien nos mira y contempla nuestro retrato, que permanecerá inalterable aunque vayamos estrenando almanaques y pasando una tras otra las hojas del calendario. El retrato de Dorian Gray fue leído como un relato inmoral en la sociedad victoriana, e incluso el cínico Óscar Wilde (alter ego de Lord Henry), se sintió obligado a cambiar el final original, donde Dorian no moría tras apuñalar su retrato. Con todo, El Daily Chronicle del 30 de junio de 1890 señalaba que la novela de Wilde tiene un elemento que mancharía cada mente joven que se pusiera en contacto con ella. Tal vez porque lo que nos atrae del personaje es la posibilidad de vivir como queramos sin ninguna consecuencia, erradicando la noción de castigo y culpa tan propios de la educación cristiana.
Pero lo mejor de El retrato de Dorian Gray es el lenguaje. Como podemos leer en el prefacio, los libros no son morales ni inmorales; los libros están bien o mal escritos, simplemente. La reflexión que hace Wilde sobre el realismo y el romanticismo, es la que hacemos nosotros con el nuevo año. La rabia que sentimos al ver y no ver nuestra cara en el espejo, porque la vida, como el arte, es superficie y símbolo. Aunque quizá sea nuestra alma la que envejece mientras nuestro cuerpo se renueva cada año, como le ocurría a Dorian Gray. El 2014 es ahora un niño que tendrá una vida de doce meses. Puede parecer poco tiempo, pero es suficiente para tener un hijo, para escribir un libro, ojalá lo sea para enterrar la miseria del 2013. En todo el mundo la gente ha celebrado una nueva vida y ha enterrado la vieja. Las calles de la ciudad donde vivo actualmente se incendiaron en fin de año con la efigie de viejos hechos de cartón y paja, que ardieron en los barrios y en las calles, a la puerta de las casas, invadidas por la ceremonia de la destrucción y el renacimiento de las propias cenizas.
Si cogemos todas las fotos que nos han hecho a lo largo de nuestra vida, podemos hacer un experimento. Desde la más reciente a la más antigua, vaya superponiendo una foto encima de la otra, hasta completar los fragmentos de su personalidad. ¿Le sonríe acaso ese bebé que tiene delante? ¿Llora? Tal vez sea una sonrisa cómplice, de reconocimiento, o quizá se trate de una sonrisa sardónica. Porque ese bebé sabe perfectamente quién es usted. Parece un truco de magia.

El Mundo de Andalucía (Viajero del tiempo), 3/01/2014

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