sábado, 16 de noviembre de 2013

Mercados


Tiene largas trenzas de pelo negro, que le caen sobre la espalda, una camisa blanca de hilo, una falda negra. Se mueve entre el género con eficacia, y nunca pierde la sonrisa al mostrarte sombreros y zapatos, trajes tradicionales, dominós y máscaras. Lleva la cara limpia de cremas y maquillajes, y es contagiosa su sencilla alegría, la tranquilidad que trasmite, como la certidumbre de ocupar su lugar en el mundo. Una sensación que comparte con las mujeres que mayoritariamente atienden los puestos del mercado artesanal. Todo un contraste con los grandes centros comerciales, donde nada más entrar uno siente un escalofrío, pues la temperatura baja unos diez grados de la temperatura ambiente, un reclamo más para el acalorado consumidor, junto a la música y las ofertas que no admiten regateo. Pero ¿cómo comparar la humildad de las vendedoras del mercado tradicional con la sofisticada eficacia de los dependientes en las tiendas de marca? En los centros comerciales los clientes andan como autómatas, conducidos por la sobreabundancia de productos, ordenados en estanterías y pasillos simétricos, indefectiblemente hacia la caja. Hay quien dice que los centros comerciales representan el ocio del ciudadano actual, más alienado que confuso, y que justifica autoestima y clase social gastando con alegría el dinero. Pero se respira mejor en los mercados tradicionales, donde la sabiduría del comercio es la cultura del trabajo y el sacrificio, el saber ancestral del pueblo. Estos son los templos de la oferta y la demanda, no los mercados de valores donde cotizan nuestras vidas.
El Telégrafo (Zoom del Ecuador), 16/11/2013

No hay comentarios:

Publicar un comentario